Cuando un niño muerde a otro


La semana pasada, entre las madres que estábamos en una de las reuniones de Criança Dolça, surgió el tema de la violencia de los niños y las situaciones difíciles que se presentan, como puede ser, que un niño muerda a otro. Estamos hablando de niños pequeños, algunos van a la guardería, otros no, pero interactúan con otros en distintos escenarios.
Bien, me quedé pensando, si realmente podemos hablar de violencia, o es nuestra mirada la que indica que un comportamiento, que puede ser normal, habitual, común, aunque no deseado, en nuestros niños, está entendido como una reacción violenta.
Entre tanta información y opiniones que hay a nuestro alcance, encontré un escrito de Naomi Aldort, autora de Aprender a educar, sin gritos, amenazas ni castigos, sobre los niños que muerden. Me ha parecido prudente, propositivo, respetuoso, por lo que aquí lo transcribo para compartilo con ustedes, y por supuesto, invitarlas a participar, opinando, contando qué les parece, si se han encontrado en situaciones difíciles de manejar.
Niños que muerden
En la primera infancia, el hecho de morder no es diferente de otras formas de agresión. Un mordisco ocasional puede ser algo pasajero y sin importancia. Es probable que algunos niños pequeños, que todavía no disponen de un lenguaje suficientemente rico, utilicen su cuerpo para expresarse. Si respondes rápidamente al primer intento, con claridad y con amabilidad, no habrá una segunda vez. Si tu hija repite un mordisco, puede ser por dos cosas: que tus respuestas no han sido lo suficientemente claras PARA ELLA, o que la razón por la que ha empezado a morder no se ha resuelto.
Los niños muerden mucho más cuando están al cuidado de otra persona, en grupo o en jardines de infancia que cuando están siempre al cuidado de sus padres. No obstante, los niños atendidos en casa también pueden morder, aunque en un grado menor.
Un niño siempre persigue sus necesidades de forma inocente. Cualquier cosa que haga tiene una razón válida, un propósito específico. Puede ser que tenga hambre, que esté descubriendo los conceptos de causa y efecto, que le estén saliendo los dientes, que esté imitando a otro niño, o que se sienta frustrado. También puede que sufra alguna reacción al gluten, los productos lácteos, la soja, el azúcar, los aditivos alimentarios u otros alérgenos. Si tu hijo o hija muerde excesivamente o tiene algún otro comportamiento agresivo, pide que comprueben si tiene algún tipo de alergia, mediante un análisis del cabello o una evaluación muscular, investiga sobre la dieta Feingold, y reflexiona sobre si su día a día puede resultarle demasiado frustrante.
Cuando un niño muerde de forma ocasional
Más que centrarte en el hecho de morder en sí, céntrate en las causas subyacentes por las que el niño o la niña ha necesitado morder. No me refiero a lo que quiere en ese momento (una golosina, un juguete), sino a la razón profunda que le lleva a expresarse mordiendo. Piensa si puede deberse a un sentimiento de frustración, soledad, celos, impotencia, o una necesidad de más afecto y autonomía. Atiende las causas subyacentes y el síntoma desaparecerá. Gritar, amenazar o castigar al niño no va a ayudar, ya que son respuestas que no se dirigen a la causa real, el niño se sentirá peor y morderá más.
A veces, un niño llega a morder después de ver que los adultos toleramos algunas agresiones al cuerpo o al entorno. Simplemente participa de lo que está observando. Fíjate en cómo te tratas a ti mismo y muestra un respeto total hacia tu propio cuerpo y hacia el cuerpo de tu hijo o hija.
La necesidad de morder, a menudo, es el resultado de sentirse demasiado limitado. Esperar que el niño se contenga a sí mismo (esté tranquilo, acate nuestras propias necesidades o sea educado) puede llevar a un sentimiento de rabia y de impotencia. Aunque tenga los padres más atentos y sensibles del mundo, cualquier niño tiene muchas oportunidades para sentirse impotente y frustrado. Un grito en respuesta a su mordisco puede satisfacer su necesidad de sentirse poderoso: “Ese grito lo he provocado yo”. En mi libro Aprender a educar sin gritos, amenazas ni castigos puedes leer todo un capítulo sobre la necesidad de autonomía y poder de los niños, y cómo satisfacer esa necesidad a través del juego, de manera que el niño no necesite morder o pegar.
Prevenir los mordiscos
Es poco probable que un niño que se siente conectado, amado, autónomo y en paz llegue a morder. No necesita hacerlo. Por eso, el primer paso hacia la prevención es respetar la guía interior de tu hijo o hija, evitar depositar sobre él o ella expectativas inadecuadas y restricciones excesivas, y permanecer unidos y conectados. Puede que tengáis que evitar exponerle al juego con otros niños de la misma edad, que a menudo es demasiado difícil para los niños pequeños. Observa si tu hijo o hija es mucho más feliz jugando con un niño mayor o contigo.
Tómate las indicaciones de tu hija muy en serio. Ella depende de tus cuidados. Si muerde para llamar tu atención, es porque necesita más atención de la que está dando. Es una necesidad válida y real. Si está frustrada, piensa en la posibilidad de reducir la cantidad de estímulos que recibe y proporciónale juegos e interacciones adecuados para su capacidad.
Otra forma de prevenir los mordiscos es reducir el estrés y llevar un estilo de vida más tranquilo. Quédate más en casa, y dedica tiempo a tu niño o niña.
Reaccionar al primer mordisco
Cuando un niño intenta morder por primera vez, una respuesta física rápida, clara y cariñosa puede prevenir que se produzca de nuevo. Muchos padres dudan y reaccionan demasiado despacio. Tratando de ser amables, se olvidan de actuar. Una madre me dijo: “Le digo amablemente que no debe morder y que eso duele, pero lo sigue haciendo”.
Los niños pequeños aprenden mejor con sus cuerpos. Sé respetuoso y amable, pero también actúa físicamente, con rapidez y claridad. Si tu hijo le muerde a otro niño, ve rápidamente y apártalo (igual que harías si lo vieras correr hacia la carretera) mientras dices algo así como: “¡Oh, no!”, en un tono claro pero amable. La primera vez puede ser la última si tu respuesta es clara. Si pruebas primero con las palabras y esperas a intervenir cuando el niño ya se ha lanzado a su acción, seguramente lo volverá a hacer. No se lo tomará muy en serio si tú no lo haces. Sé amable, amoroso y sensible cuando detengas al niño. No juzgues ni sermonees. En lugar de eso, mírale a los ojos, sonríe, abrázalo y valida sus emociones: “¿Ya has jugado bastante con Lili? ¿No quieres jugar más?” Puede que tenga hambre, que necesite llorar o simplemente estar cerca de ti. También puedes ofrecerle algo para morder, como un alimento o un objeto adecuado para ello.
Morderle al niño “para que aprenda lo que se siente” le creará confusión y le hará daño. Si actúas así, le estarás comunicando que eso es algo que se puede hacer, ya que tú lo estás haciendo. Su reacción será de dolor, consternación y miedo, ya que tú eres la persona en quien confía para recibir amor incondicional y sentirse seguro. Darle una miniconferencia a un niño pequeño tampoco es beneficioso. Todo lo que el niño podrá entender es: “Mi papá no está contento conmigo. Soy malo”. Como resultado, dudará de sí mismo e incluso morderá más.
Satisfacer las necesidades
Para prevenir las causas por las que el niño muerde, colma sus necesidades básicas de amor, atención, conexión y cuidados. Esto no significa que tengas que darle siempre todo lo que pide. Un niño emocionalmente contenido no pide tantas cosas. Pedir cosas es un sustituto de una necesidad primal. La cercanía física previene la mayor parte de las dificultades de los niños pequeños. No obstante, si tienes más de un hijo, no siempre es posible mantener esa cercanía. Haz todo lo que puedas para ofrecer espacio para que cada niño pueda estar cerca de ti. Siéntate a dar el pecho en un sofá grande, toma la mano del niño que no se puede sentar en tu regazo, y conecta con él a través del tacto y de las palabras: “Cuando se duerma el bebé, vamos a leer un cuento juntos. Tengo muchas ganas de estar contigo.”
Muchas veces, morder es solo un juego. Cualquier cosa que haga el niño nos dice cómo podemos ayudarle. Si muerde porque le gusta el efecto que eso produce, le podemos ofrecer otras actividades que satisfagan esa necesidad. Déjale encender y apagar la luz, o subir y bajar el volumen de la música; déjale empujar el carrito, regar el jardín con la manguera, o producir otros efectos dramáticos.
Nunca hay necesidad de regañar o enfadarse con el niño. No tiene mala intención. Está haciendo lo mejor que puede para cuidarse a sí mismo. Necesita una guía, satisfacer sus necesidades, un lugar seguro donde depositar su frustración, sus deseos de jugar, donde recibir amor y atención. Sé el aliado de tu hijo. Los niños pequeños no muerden, pegan o rompen cosas cuando gozan de contención, cuando respondemos a sus iniciativas con rápidez, de forma física, clara y tranquila. Si un niño rompe un libro, respóndele rápidamente y ofrécele en lugar del libro una pila de revistas viejas. Si se mancha el pelo con la comida, toma la cámara de fotos y disfruta de la diversión; tendrás todo el tiempo del mundo para limpiar, y muy poco tiempo para disfrutar de tu niño de dos o tres años.
Detener al niño que ya muerde
Si tu hijo o hija muerde, no sólo puedes buscar sus necesidades subyacentes, sino que también puedes estar alerta para prevenir que muerda. Tú sabes mejor que nadie qué le altera, o en qué circunstancias hay más probabilidades de que empiece a morder. Evítalo antes de que suceda, y trata de prevenir las situaciones que le llevan a morder. Después de un tiempo sin morder, si además sus necesidades profundas están satisfechas, el niño se olvidará de ello.
Colmar las necesidades de cercanía, afecto y contacto humano son la clave para prevenir cualquier tipo de agresión y de dificultad emocional. Permanece cerca del niño, sé atento, disfruta de tu hijo, y su felicidad le hará estar en paz consigo mismo y con los demás.
Mis hijos han confiado en mi guía porque siempre he estado junto a ellos. Por ejemplo, en lugar de decir “no hagas eso”, me acercaría rápidamente, interrumpiría la acción y ofrecería una solución: “Ya veo que quieres golpear el suelo con la escoba; mira, aquí puedes golpear, en el porche”. Y si no puedo ofrecer una solución, estaré ahí para deterner la acción físicamente y validar los sentimientos del niño si es necesario. Por ejemplo, si mi hijo pequeño quiere tocar en la tienda un juguete que yo no tengo intención de comprar, le diré:”Ya veo que te gusta esta casita y que te gustaría llevártela a casa. ¿Te gustaría mirarla un rato más? Puedo esperar”.
Esta forma de afrontar las cosas le permite al niño ver a Mamá y Papá como sus aliados. “Se da cuenta de lo que necesito y me lo da”. O bien “Cuando saqué los libros de la estantería y los rompí, me dio una pila de libros más grandes (revistas) para que los pudiera romper. Mamá comprende lo que necesito”. Y si no hay solución, de todas formas puede sentir que “Mamá comprende mis sentimientos”. El niño no interpreta que lo que quiere es malo, solo que no se puede hacer.
Todas estas necesidades son variaciones sobre el sentimiento de impotencia. Para darle al niño un espacio donde pueda expresar su necesidad de poder, prueba a jugar a “juegos de poder”. Los niños inician a menudo juegos de poder que suelen ser interrumpidos por los adultos. Si un niño se va corriendo porque no quiere ponerse el pañal o el pijama, en lugar de frenar su intento de escapada, juega con él o ella. Puedes decir: “¡Oh no! ¡Otra vez se ha escapado!”, corre detrás, haz como que lo atrapas, déjale escapar otra vez y repite el juego de nuevo. Los niños inician espontáneamente muchos juegos de este tipo. Permanece atento y sé flexible. O bien, podéis jugar a variaciones del juego “Simón dice”, y tú puedes repetir lo que indique tu hijo o hija. Si se siente satisfecho a través del juego, no necesitará morder o conseguir poder de otras formas.
Permite que tu hijo o hija se sienta satisfecho y decida terminar el juego cuando haya tenido suficiente. Si eres tú quien decide finalizar el juego, el niño va a percibir que tú tienes el poder, y toda la alegría y el bienestar que habíais ganado desaparecerán.
Morder a otros niños
Si tu hijo muerde en un grupo de juegos, es que se siente demasiado frustrado y estaría mejor sin el grupo. No hay prisa en exponer al niño al juego con otros niños de la misma edad, eso no es natural y crea dificultades sociales que no son naturales. Si le permites jugar con adultos o con niños mayores y cariñosos, probablemente dejará de morder.
Cuando un niño muerde a sus hermanos, la situación es similar al reto de jugar en grupo, solo que es una situación no se puede cambiar. Es evidente que el niño que le muerde a un hermano se siente frustrado y necesita más conexión con los adultos. Saber que esta es la causa puede ayudarte a ser empático, validar sus sentimientos y tal vez ser más creativo para encontrar formas de dedicar tiempo de atención exclusiva a cada niño. Haz todo lo que puedas para ofrecer espacio para que cada niño pueda estar cerca de ti.

1 comentario:

  1. Todos los niños son buenos, ninguno nace con maldad. Recuerdo un cuadro que había en el consultorio de la pediatra que fui durante toda mi infancia, que decía, LOS NIÑOS APRENDEN LO QUE VIVEN, tenemos que estar muy atentos, ellos son el espejo de las relaciones que hemos establecido en la familia.
    Un saludo a todas las mamis!

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